Firmas Invitadas - Edición Nº 87 Semana del 31/10/2003 Relatos policiales XII.- Los Galindos Matías J. Ros E L 22 de julio de 1.975, bajo un sol de justicia, el cortijo de “Los Galindos”, propiedad del Marqués de Grañina y cercano a Paradas (Sevilla) fue testigo de un suceso espeluznante. Cinco buenas personas fueron asesinadas entre la una y las tres de la tarde: Manuel Zapata Villanueva, capataz, Juana Martín Macías, su esposa; José González Simón, tractorista, su esposa Asunción Peralta Montero y otro tractorista suplente, Ramón Parrilla González. ¿Por qué fueron asesinadas y por quién? Nunca se ha sabido quién o quienes lo hicieron aunque el móvil bien pudiera ser económico. Jornaleros que trabajaban alejados de las edificaciones de la finca vieron una columna de humo. Temiendo que se tratara de un incendio corrieron a apagarlo. Vieron paja ardiendo cerca de un tractor con el depósito lleno de combustible cerca de un bidón de gasoil e intentaron apagarlo. Entre la paja que ardía había dos cuerpos, uno de los cuales estaba completamente calcinado. Corrieron a avisar al capataz pero no fue hallado y su mujer tampoco. No había nadie. Pero sí que había un reguero de sangre desde la puerta de entrada de su despacho hasta un árbol que bordeaba la carretera. Al pie del árbol, cubierto a medias con paja, estaba el cadáver del tractorista Ramón Parrilla con el pecho y los brazos acribillados por disparos de escopeta. Avisada la Guardia Civil, el cabo comandante del puesto Raúl Fernández y un guardia acudieron al lugar. Vieron sangre bajo la puerta de la vivienda del matrimonio Zapata y el cabo la abrió de una patada. Encontró un gran charco de sangre que parecía indicar que se había arrastrado un cuerpo hasta el recibidor. Llegó a la puerta de la alcoba y estaba cerrada con candado. Disparó la pistola sobre el candado y entraron en el cuarto. El cuerpo de Juana Martín estaba con el rostro destrozado con una barra de hierro de más de medio metro de largo que estaba sobre un mueble. Como faltaba Zapata se le atribuyeron las muertes pues ya se sabía que los restos calcinados en la paja eran del tractorista González y de su mujer. Algunas personas le habían visto llegar al pueblo en un SEAT 600 entrar en su casa y salir con su mujer en dirección a la finca muy rápidamente, según manifestó el guardabarrera que les vio pasar. Se sospechó que José y Juana se habían enterado que Zapata y Asunción mantenían una relación y José la llevaba al cortijo para que lo declarara y, al enfurecerse el capataz los mató a los tres y echó a correr. Fue sólo una sospecha. Se perdió un tiempo precioso –tres días- lo que pudo ser la causa del fracaso de la investigación. Se descuidaron las inspecciones oculares desapareciendo las huellas y rastros necesarios para localizar al autor o autores de la matanza. La perra propiedad del asesinado capataz fue empleada por la Guardia Civil para rastrear. El animal volvía invariablemente al cortijo y olisqueaba en un montón de balas de paja. A base de escarbar encontró el cuerpo de su amo ya descompuesto. Había sido la primera víctima. Le habían golpeado en la nuca con la barra de hierro que era una pieza de la empacadora. La misma que usaron también para matar a su mujer. La autopsia de Juana reveló que las heridas que le produjeron la muerte habían sido lavadas muy posiblemente en un intento de reanimarla. Esto hizo pensar que González, casi sin fuerzas para cargar con el cuerpo de Juana, había ido en busca de su mujer lo que explicaría que el arrastre del cuerpo terminó cuando entre los dos pudieron levantarlo. De ahí las marcas de goteo que llegaban hasta la alcoba en donde lavaron las heridas. Los asesinos los vieron y los mataron. Zapata había ido a la cercana Paradas a hacer algunas gestiones bancarias y regresó al cortijo después de las 12. Alguien le esperaba pues se cambió de ropa rápidamente. El administrador había estado en el cortijo temprano. En la diligencia de autopsia se apreció que Manuel Zapata debió de estar dentro de alguna habitación de la casa sentado con una pierna encima de otra como si estuviera hablando frente a alguien. Y detrás de él una persona muy fuerte esgrimió la barra de hierro golpeándole hasta matarlo. El cadáver quedó en el lugar del crimen y permaneció sentado. Ya rígido, sin que nadie lo viera, fue sacado en la silla poniéndolo en el montón de balas de paja. Los asesinos sólo querían matar a Zapata pero no tuvieron más remedo que asesinar a los que iban llegando pues eran conocidos. Debieron de quedarse con dinero que faltaba en algún lugar. Daba la impresión de que eran unos chapuceros afortunados que además provocaron una mala investigación por parte de la Guardia Civil. Antonio Moreno, un juez especial designado para este caso manifestó años más tarde que las primeras horas de las investigaciones ya determinaron el fracaso de la localización del criminal o criminales. Fue dificultosa la primera inspección ocular del lugar de los hechos pues los que curioseaban por el lugar y los medios de comunicación que acudieron, entraron en el cortijo y destruyeron numerosas pruebas. La Guardia Civil hizo lo mismo al carecer de experiencia para llevar las investigaciones de este suceso tan espectacular. Dos cadáveres fueron encontrados acostados en sus camas sobre un enorme charco de sangre y los fotógrafos y la televisión pudieron filmar y fotografiar la habitación ordenada, tras ser adecentada para este menester. Los asesinos tuvieron bastante suerte y eligieron la fecha premeditadamente. No había juez titular, ni forense, y los mandos de la Benemérita estaban de vacaciones. El delito, que marcó aquella época, ha prescrito hace unos ocho años, lo que quiere decir que en el caso de que el asesino o asesinos fueran hallados no podrían ser enjuiciados, condenados ni encarcelados. Hasta podrían ganar millones presentándose a contar su “hazaña” en cualquier programa de televisión basura.